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Entrevista
Una historia proletaria
La historiadora Mirta Lobato investigó la vida de la comunidad obrera en los frigoríficos de Berisso, cuna del peronismo y seno de una “sociedad del trabajo”
Berisso, calle Nueva York. “Camas calientes” eran las piezas en las que un obrero se levantaba para ir al frigorífico y cedía su lugar al que volvía.

Paulo Menotti
El Ciudadano

En la bibliografía del movimiento obrero argentino existen pocas visiones acerca de problemáticas de género, de cultura obrera o de las propias tareas desarrolladas en los ámbitos laborales. Muy pocos estudios abordan el trabajo en los frigoríficos, unos de los centros de producción de mayor importancia en el país. Al contrario, la mayoría de las investigaciones tienen como punto de partida el estudio de organizaciones desde la óptica de los dirigentes o los militantes.
Para completar ese vacío, Mirta Zaída Lobato –especialista en el estudio del mundo del trabajo en la Argentina desde fines del siglo XIX hacia mediados del siglo XX–, quien en la anteúltima edición de Ñ, junto con su colega Hilda Sábato, tildó los procedimientos del best seller Felipe Pigna de “reaccionarios” y ajenos a la reflexión, indagó en los archivos de los grandes frigoríficos norteamericanos Swift y Armour, donde analizó las formas de organización del trabajo y de protesta y organización sindical, los vínculos con los partidos políticos y las relaciones de género y etnia de los trabajadores de la carne de la comunidad obrera de Berisso y la hoy histórica calle Nueva York, que se haría célebre durante los años de ascenso del peronismo. Los resultados de esa investigación pueden leerse en el libro La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970) (Prometeo libros, 2001), sobre el que David Viñas –nada generoso en elogios– declaró en el 2003: “excelente: la historia de Berisso contada como si fuera una novela de John Dos Passos”.
—En “La vida en las fábricas” se elige una comunidad con rasgos específicos. ¿Por que ésta?
—Podría haber elegido Zárate, Rosario, o San Julián en la Patagonia, porque allí también había frigoríficos, o Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Pero elegí Berisso ya que se asocia con las preguntas que yo me formulaba. La más elemental era por qué los obreros de Berisso no se habían organizado de acuerdo a lo que decía la historiografía en el período previo a Perón. Y para responder a esa pregunta tomé la decisión de hacer un estudio que rompiera, desde mi punto de vista, con los tradicionales que se hacían sobre trabajadores. Es decir, lo que quería hacer era entrar por lo que se conoce como la experiencia del trabajo y mirar las fábricas. Para poder mirar el trabajo, tenía que ir a una fábrica. Y para poder hacer un análisis de fábrica, tenía que tener ciertos elementos como un archivo de la empresa. Entonces hice una exploración por estos lugares y encontré que Berisso tenía una combinación de estos elementos.
—¿Qué otras características tenía Berisso?
—Berisso tenía una comunidad con rasgos interesantes, una concentración importante de obreros inmigrantes y estaba asociada de manera muy fuerte al peronismo. En mi idea original yo no iba a traspasar las fronteras del peronismo, iba a llegar a 1945. Con estas ideas llego a Berisso y de allí a la idea de que sería mejor trabajar todo el período durante el que funcionó la fábrica hasta su quiebra en 1970 y de este modo abarcar toda una serie de transformaciones que se habían producido a nivel laboral, sindical, y de la comunidad, y un período tan largo permitía ver esos cambios. En ese sentido fui la primera historiadora en la Argentina que se planteó trabajar los procesos de trabajo pensándolos como un conjunto de relaciones que se producen a nivel técnico y social, y que tienen una traducción en términos políticos culturales. Mi hipótesis fuerte era que las formas de organización del trabajo que articulaban una peculiar experiencia lo hacían ante las dificultades de “la organización sindical” –subraya las comillas– del momento previo al peronismo. Después encontré un adicional, que es Berisso como pueblo, como sociedad local, como comunidad.
—¿Cuál es ese plus y por qué es tan fuerte en este caso la idea de comunidad?
—Berisso se había construido con una idea de comunidad del trabajo a partir de las fábricas frigoríficas, y su declinación en parte estaba asociada al cierre de las fábricas frigoríficas. Esto trato de remarcarlo en el libro, la idea de la construcción y la destrucción de una sociedad del trabajo. En esta cuestión de la comunidad, hay una idea muy fuerte sobre Berisso como capital del inmigrante, como un conjunto de colectividades que se reúnen con cierta armonía a festejar la llegada de esas personas –varones, mujeres, niños– de distintas partes del mundo para convivir pacíficamente. Pero, por ejemplo la Fiesta de los Inmigrantes que se festeja todos los años y que fue creada por la dictadura militar, no tiene precisamente que ver con la “sociedad del trabajo”.
—¿Qué encuentra de nuevo con respecto a lo que construyó el peronismo, principalmente en cuanto a la formación de un nuevo discurso y una nueva historia?
—El peronismo –esto está en toda la literatura– construye un antes y un después. Y lo construye mediante distintos mecanismos, incluso aparece en la mayor parte de los testimonios cuando uno hace entrevistas a personas que trabajaron durante esa época en los frigoríficos y que asocian toda su vida de bienestar a la aparición de Perón o a la conformación del peronismo por los especiales vínculos que establecía con los trabajadores. Pero, ahí hay una cuestión que es interesante. Doña María Roldán decía: “En épocas de Perón Berisso era una hermosura”, y eso implica también una cierta mirada nostálgica porque implica que en el pasado todo fue mejor y, bueno, el peronismo aparece como un parteaguas de la historia argentina en todos los órdenes, lo mismo en esta comunidad. Berisso tiene un rol protagónico a partir de Cipriano Reyes el 17 de octubre, y a mí lo que me interesa marcar es cómo se van construyendo ciertas representaciones del pasado que entran en competencia y que van a tapar, solapar lo que eran las experiencias previas. Yo creo que en La vida en las fábricas lo que yo demuestro es que con dificultades y con las características que tenía la vida en la comunidad, se va constituyendo una identidad obrera donde las organizaciones aparecen y desaparecen, donde se producen conflictos importantes, algunos de resonancia nacional que ocupan las primeras planas de los periódicos en 1915 y en 1917, y que en la historia local, en la historia que se recreaba localmente, estaba solapado.
—¿Cuál fue el papel de otras organizaciones dentro del frigorífico?
—Creo que el libro demuestra también el papel de los comunistas en la organización de los trabajadores en las fábricas. Ya se sabía que el Partido Comunista (PC) había sido importante en la industria de la carne, pero en un contexto en el cual se explicaba la pérdida de la importancia del partido a partir de los cambios en la línea política local y en consonancia con el de la Unión Soviética. A mí me parecía que eso no explicaba por qué habían tenido éxito los comunistas en organizar a los trabajadores. Es decir, se explicaba el fracaso (con el surgimiento del peronismo), uno podía hablar de los cambios en la política del PC y cómo esto afectaba a las organizaciones gremiales lideradas por los comunistas, pero no por qué habían llegado a esa posición de liderazgo. Y en ese punto el mirar los archivos de la empresa me permitió acceder a una información que hasta ese momento no había llegado a la Argentina, y era cómo se habían constituido las células de fábricas del PC.
—¿Qué otros aspectos de los trabajadores descubrió en su investigación?
—La otra novedad es que aparecen las relaciones entre varones y mujeres en el lugar de trabajo. Mi idea es que los lugares de trabajo y los sindicatos aparecen como ámbitos de sociabilidad masculina. Y además había una idea muy fuerte, y que está en Charles Bertis –un historiador norteamericano–, de que los trabajadores no se organizaban porque había mujeres. Yo siempre digo que trabajadores desorganizados hay en todas las actividades, con o sin presencia de mujeres, entonces era una explicación que no me convencía. Cuando comencé este trabajo empecé a ver las diferencias entre varones y mujeres en los lugares de trabajo. Y así aparecen las relaciones de género en el mundo laboral junto con la historiografía de género que se ha ido consolidando en las últimas décadas.
—¿Cómo fueron los talleres de historia oral?
—Fue un trabajo que me llevó mucho tiempo. Por un lado, miraba la información de fábrica, y eso es una mirada cuantitativa. Pero también saqué una idea de qué es lo que pasaba dentro de la fábrica porque se conoce cuánto tiempo la gente trabaja, cuántos varones había, cuántas mujeres, cuántos extranjeros, de dónde eran esos extranjeros, si como decía una literatura impresionista trabajaban todos los del mismo origen étnico en una misma sección. Después quería ver cómo vivían, teniendo en cuenta el paso del tiempo, cómo recordaban los trabajadores su modo de vida. Ahí comencé los talleres con grupos de recordación. Tenía que ver con la idea de que trabajadores que no son dirigentes –porque los dirigentes tienen otro tipo de relación–, se expresan de otro modo, transmiten sus ideas de un modo diferente. El trabajador común se reunía a recordar y a recordarse. La experiencia de los talleres fue muy fuerte, tanto para ellos como para mí, porque en esas conversaciones se van modificando todos los puntos de vista. Y después, lo que tiene que ver con el análisis de la literatura. Me estoy refiriendo a la ficción. En el texto analizo novelas, poesías, no solamente la prensa. Las entrevistas empezaron en el 86 y aún ahora sigo haciéndolas.

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