Sociedad|Domingo, 16 de Octubre de 2005
SESENTA AÑOS DESPUES, LOS RECUERDOS EN LA CALLE DE BERISSO DONDE SE GESTO LA COLUMNA QUE TERMINO EN LA PLAZA DE MAYO
Nueva York, cuna del 17
Por Carlos Rodríguez
“¿Qué me preguntás? Esperás que te diga que soy comunista. ¡Soy peronista de toda la vida! ¿Acaso no se nota?” Brahim Derruish, a los 68 años, tiene las cosas claras y una memoria todavía fresca. Por eso grita en medio de la calle, su calle, la Nueva York de Berisso, que “por ahora” tuvo 14 novias a lo largo de su vida y que el peronismo le “brotó” una madrugada en la que lo despertó el alboroto que armaban, con sus cánticos, miles de obreros de los frigoríficos Swift y Armour, mientras marchaban hacia la Plaza de Mayo para exigir la inmediata libertad del coronel Juan Domingo Perón y, de paso, refrescarse los pies en una fuente, a metros de la Casa Rosada. “Yo tenía 8 años y estaba parado en esa esquina (señala el cruce de Nueva York y Marsella) y los obreros ocupaban todo y gritaban que iban a sacar de la cárcel a Perón”. Uno de los estribillos sentaba principios descamisados: “Sin galera y sin bastón, los muchachos de Perón”. Brahim, con sus pocos años, volvió a la cama, pero su corazón de bombo se fue tras la multitud. Hoy, a 60 años de uno de los acontecimientos trascendentales de la historia política argentina, la calle se llama 17 de Octubre, aunque todos en Berisso le siguen diciendo “Nueva York”, porque ese nombre guarda su propia y rica historia, que va más allá, incluso, del nacimiento del peronismo. Una historia que muchos quieren hacer reverdecer, aunque ya no esté Perón y la unidad del peronismo sea un rompecabezas.
“Cuando se cumplieron los 50 años del 17 de Octubre, yo hice un chequeo de los protagonistas. Lo fui a ver a Cipriano Reyes, que tenía su casa en La Plata y que había sido el máximo dirigente del Gremio de la Carne en Berisso. Por eso él estuvo a la cabeza de aquella marcha. Hablamos un montón, me contó que había llegado de Italia, que al principio era anarquista y que después terminó fundando el Partido Laborista. De esa larga charla que tuve con él y con otros protagonistas surge la convicción de que lo ocurrido el 17 de Octubre fue una cosa espontánea que no tuvo padre ni madre. El pueblo había recibido cosas importantes de la Secretaría de Trabajo y Previsión y por eso salió a la calle para pedir la libertad de Perón. Nadie tiene que adjudicarse el liderazgo, aunque es cierto que Cipriano Reyes era un dirigente importante porque estaba al frente de uno de los gremios más importantes de la época”. Pedro Di Lorenzo, más conocido como Palocho, es peronista “de la base”. Nunca tuvo cargo alguno, aunque fue candidato en varias elecciones.
Palocho tiene 57 años, de manera que todo lo que sabe del 17 lo escuchó de boca de su padre, José Di Lorenzo, y de su madre, Sofía Elías, que conocieron y disfrutaron el esplendor de la calle Nueva York en las décadas del ’30 y el ’40. La pareja tenía una lancha de pasajeros con la que hacían viajes a la isla Paulina, que está a 20 minutos del puerto de Berisso. Siete mil personas, por domingo, se iban de pic-nic y daban trabajo a los dueños de 35 embarcaciones que a veces no daban abasto. “Por la calle Nueva York, todos los días, circulaban 17.000 personas, a lo largo de seis cuadras. Unas seis mil trabajaban en el Armour y otras 11 mil en el Swift. De las pensiones se decía que tenían camas calientes, porque los trabajadores se turnaban para dormir”. Los dos frigoríficos tenían tres turnos de labor, de manera que, virtualmente, los de la mañana llegaban a las piezas de pensión para levantar a los del turno tarde y cuando éstos terminaban el trabajo, hacían lo propio con los del turno noche. En las seis cuadras de Nueva York había 28 fondines que estaban abiertos las 24 horas para abastecer la desmesurada demanda.
“Una reacción espontánea como la que se generó te arma una manifestación en minutos, con tanto obrero dispuesto. A la columna se le fueron agregando otras que se habían armado en La Plata y en otras localidades cercanas. Pero el impulso lo dio Berisso. No se olviden de que la CGT recién dispuso el paro general el día 18 de octubre”. Todos los consultados juran que la gente “se fue a pie hasta Plaza de Mayo”. Sólo admiten “algún camioncito” para mujeres o viejos. Salieron a La Plata por la ruta 10 y siguieron por la calle 60, que pasa cerca del predio donde estaba el Batallón de Infantería de Marina 3. Los uniformados hicieron un cordón para impedir el paso, pero fue en vano: “La multitud siguió caminando, dispuesta a todo, y los marinos se hicieron a un lado”, afirma Palocho, que repite lo que le contaron tantas veces sus mayores.
Una ciudad de 600 metros
La Nueva York que todos recuerdan, la que presenció la gesta del 17 de Octubre, desplegaba su encanto a lo largo de sólo seis cuadras, desde Valparaíso hasta Entre Muros. Además de los dos frigoríficos, estaba el puerto desde donde se exportaba carne a la Europa en guerra, la destilería y la poderosa flota de YPF, el cine Rex que fue demolido y una usina que abastecía al Armour que había sido traída por los ingleses cuando hicieron el tendido de la red ferroviaria. “La trajeron enterita de Inglaterra, en barco, y la armaron como si fuera un rasti”, comentan Alicia Subiaga y Susana Simoncini, dirigentes de la Asociación Amigos de la Calle Nueva York, que quiere devolverle el brillo a una zona que hoy está signada por las cortinas metálicas bajas, y oxidadas, de la mayoría de sus comercios (ver aparte). Palocho recuerda que entre los 9 y los 12 años fue vendedor de diarios en un kiosco ubicado sobre Marsella, calle por la cual entraban los trabajadores de Swift. “Tenía 300 clientes fijos por día, a los que les tiraba el diario por debajo de la puerta. Y en la esquina vendía después otros 200 diarios a los que pasaban”, afirma Palocho.
Una reliquia del barrio es el bar inglés Dawson, que debe el nombre a su fundador, el irlandés Thomas Dawson. Su segundo propietario fue el padre del actor Lito Cruz, presidente honorario de la Asociación Amigos de la Calle Nueva York. Lito, antes de dedicarse de lleno a la actuación, solía atender las mesas. Sobre la avenida Montevideo, por donde marcharon los manifestantes del 17, estaba el bar Sportman, donde tocaba una orquesta de señoritas. A Juan José Cantón, de 68 años, se lo encuentra todo el día en su vivienda de la calle Marsella, donde hace trabajos de soldadura. La casa era antes el famoso Bar de los Turcos, cuyo propietario era Héctor Salim. Del negocio se conserva todavía una enorme heladera mostrador que quedó de muestra. “Acá se vendían 480 sánguches por día; esto era una mina de oro”, afirma Cantón, mientras colabora a que se evapore una botella de cerveza de litro, con la ayuda desinteresada de su amigo Sergio Hugo Roldán.
Hasta el Swift llegaban las vías del ferrocarril Roca. Los trenes de carga traían 11 mil cabezas de ganado por día. Los trabajadores eran italianos, españoles, eslovenos, búlgaros, rusos, griegos, croatas, turcos, lituanos, ingleses y de otros países europeos. “A los rusos, por lo general, los mandaban a trabajar en las cámaras frigoríficas, porque tenían mucho aguante. Ellos venían al bar de los turcos y se tomaban de un trago la grapa Mariposa, que era alcohol puro. Como para ellos era algo floja, le daban un sacudón con pimienta y se las mandaban. Eso les permitía aguantarse los diez grados bajo cero de las cámaras”, recuerda Cantón sin que su cara pierda el asombro del primer día que vio a los rusos empinar el codo.
Por el barrio circulaban dos líneas de tranvías, la 2 y la 14, que hoy son las líneas de colectivos 202 y 214. “A la mañana y a la tarde, venían y salían llenas de obreros”, recuerda una anciana que evita dar su nombre. Además de la población estable de seis o siete mil personas, más las decenas de miles de trabajadores de los dos frigoríficos, a la calle Nueva York venía gente de todos lados. La noche era movida, por los bailes, el bullicio constante de las cantinas al estilo de La Boca y algunos negocios fuera de la ley, que también los había. El cabaret La Cambicha tenía 27 pupilas en muy buena forma, porque la libreta sanitaria era, eso sí, obligatoria.
Palocho recuerda que vio llegar “coches lujosos de otros lados”, en algunos casos “con jóvenes discapacitados que venían a ‘debutar’ acá”. Al lado del cabarute había un local de juego clandestino, donde los dados y el poker hacían furor. Al dueño lo llamaban “El Sastre”, pero nadie sabía si alguna vez había confeccionado un buen traje con chaleco. “Hay gente que niega esas historias. Mi mamá se llama Ana Peterka, tiene 92 años y es eslovena. Ella sigue diciendo que nunca hubo lugares de juego o cosas feas como un cabaret”, comenta risueña Alicia Subiaga.
Los lugares clandestinos funcionaban en el final de la calle Nueva York, en lo que se denominaba la Zona Nacional, porque su custodia estaba a cargo de la Prefectura Naval. En esa zona, la policía provincial no podía intervenir y todo era más fácil. “Una vez entré en un boliche donde había billares y me llamó la atención ver una mesa de juego llena, totalmente llena de billetes. En esos años, la plata circulaba por Nueva York, que era una ciudad viviente”, repite Palocho. Otro personaje del juego clandestino era “El Turco del pajarito”, que pasaba por el barrio haciendo ruido con una flauta que sonaba como un canario. “El tipo jamás anotaba nada; lo guardaba en la cabeza. Una sola vez lo agarraron con un papel que estaba metido dentro del pajarito, precisamente”, dice Palocho. Y en cada quincena, la Nueva York se llenaba de vendedores ambulantes. Algunos atraían al público colgándose al cuello alguna víbora o un monito.
En el barrio se mantiene firme el arco de entrada a la Mansión Obrera construida en 1920, un conventillo donde los trabajadores de los frigoríficos dormían unas pocas horas para después volver al trabajo; el Hogar Social, una de las primeras obras del primer gobierno peronista; y el único hotel, al que todos llaman Johnny, aunque el nombre no figura en la fachada. Brahim Derruish recuerda que con su padre, que se llamaba Salim, solían vender ovejas por la calle. “Nos íbamos a Tolosa y comprábamos unas 200 ovejas. Cuando llegábamos a Nueva York, nos quedaban unas 30. Pasábamos días fuera de la casa, dormíamos en cualquier lado, junto con las ovejas”. Brahim, como casi todos, trabajó en los dos frigoríficos y después se embarcó en los buques de YPF. Aunque no lo dice, su dolor debe haber sido que lo echaron dos veces de YPF, la última en forma definitiva. Los despidos fueron durante el menemismo, pero eso no aplacó su peronismo visceral, ese que nació en la madrugada del 17 de octubre de 1945.
“Cuando se cumplieron los 50 años del 17 de Octubre, yo hice un chequeo de los protagonistas. Lo fui a ver a Cipriano Reyes, que tenía su casa en La Plata y que había sido el máximo dirigente del Gremio de la Carne en Berisso. Por eso él estuvo a la cabeza de aquella marcha. Hablamos un montón, me contó que había llegado de Italia, que al principio era anarquista y que después terminó fundando el Partido Laborista. De esa larga charla que tuve con él y con otros protagonistas surge la convicción de que lo ocurrido el 17 de Octubre fue una cosa espontánea que no tuvo padre ni madre. El pueblo había recibido cosas importantes de la Secretaría de Trabajo y Previsión y por eso salió a la calle para pedir la libertad de Perón. Nadie tiene que adjudicarse el liderazgo, aunque es cierto que Cipriano Reyes era un dirigente importante porque estaba al frente de uno de los gremios más importantes de la época”. Pedro Di Lorenzo, más conocido como Palocho, es peronista “de la base”. Nunca tuvo cargo alguno, aunque fue candidato en varias elecciones.
Palocho tiene 57 años, de manera que todo lo que sabe del 17 lo escuchó de boca de su padre, José Di Lorenzo, y de su madre, Sofía Elías, que conocieron y disfrutaron el esplendor de la calle Nueva York en las décadas del ’30 y el ’40. La pareja tenía una lancha de pasajeros con la que hacían viajes a la isla Paulina, que está a 20 minutos del puerto de Berisso. Siete mil personas, por domingo, se iban de pic-nic y daban trabajo a los dueños de 35 embarcaciones que a veces no daban abasto. “Por la calle Nueva York, todos los días, circulaban 17.000 personas, a lo largo de seis cuadras. Unas seis mil trabajaban en el Armour y otras 11 mil en el Swift. De las pensiones se decía que tenían camas calientes, porque los trabajadores se turnaban para dormir”. Los dos frigoríficos tenían tres turnos de labor, de manera que, virtualmente, los de la mañana llegaban a las piezas de pensión para levantar a los del turno tarde y cuando éstos terminaban el trabajo, hacían lo propio con los del turno noche. En las seis cuadras de Nueva York había 28 fondines que estaban abiertos las 24 horas para abastecer la desmesurada demanda.
“Una reacción espontánea como la que se generó te arma una manifestación en minutos, con tanto obrero dispuesto. A la columna se le fueron agregando otras que se habían armado en La Plata y en otras localidades cercanas. Pero el impulso lo dio Berisso. No se olviden de que la CGT recién dispuso el paro general el día 18 de octubre”. Todos los consultados juran que la gente “se fue a pie hasta Plaza de Mayo”. Sólo admiten “algún camioncito” para mujeres o viejos. Salieron a La Plata por la ruta 10 y siguieron por la calle 60, que pasa cerca del predio donde estaba el Batallón de Infantería de Marina 3. Los uniformados hicieron un cordón para impedir el paso, pero fue en vano: “La multitud siguió caminando, dispuesta a todo, y los marinos se hicieron a un lado”, afirma Palocho, que repite lo que le contaron tantas veces sus mayores.
Una ciudad de 600 metros
La Nueva York que todos recuerdan, la que presenció la gesta del 17 de Octubre, desplegaba su encanto a lo largo de sólo seis cuadras, desde Valparaíso hasta Entre Muros. Además de los dos frigoríficos, estaba el puerto desde donde se exportaba carne a la Europa en guerra, la destilería y la poderosa flota de YPF, el cine Rex que fue demolido y una usina que abastecía al Armour que había sido traída por los ingleses cuando hicieron el tendido de la red ferroviaria. “La trajeron enterita de Inglaterra, en barco, y la armaron como si fuera un rasti”, comentan Alicia Subiaga y Susana Simoncini, dirigentes de la Asociación Amigos de la Calle Nueva York, que quiere devolverle el brillo a una zona que hoy está signada por las cortinas metálicas bajas, y oxidadas, de la mayoría de sus comercios (ver aparte). Palocho recuerda que entre los 9 y los 12 años fue vendedor de diarios en un kiosco ubicado sobre Marsella, calle por la cual entraban los trabajadores de Swift. “Tenía 300 clientes fijos por día, a los que les tiraba el diario por debajo de la puerta. Y en la esquina vendía después otros 200 diarios a los que pasaban”, afirma Palocho.
Una reliquia del barrio es el bar inglés Dawson, que debe el nombre a su fundador, el irlandés Thomas Dawson. Su segundo propietario fue el padre del actor Lito Cruz, presidente honorario de la Asociación Amigos de la Calle Nueva York. Lito, antes de dedicarse de lleno a la actuación, solía atender las mesas. Sobre la avenida Montevideo, por donde marcharon los manifestantes del 17, estaba el bar Sportman, donde tocaba una orquesta de señoritas. A Juan José Cantón, de 68 años, se lo encuentra todo el día en su vivienda de la calle Marsella, donde hace trabajos de soldadura. La casa era antes el famoso Bar de los Turcos, cuyo propietario era Héctor Salim. Del negocio se conserva todavía una enorme heladera mostrador que quedó de muestra. “Acá se vendían 480 sánguches por día; esto era una mina de oro”, afirma Cantón, mientras colabora a que se evapore una botella de cerveza de litro, con la ayuda desinteresada de su amigo Sergio Hugo Roldán.
Hasta el Swift llegaban las vías del ferrocarril Roca. Los trenes de carga traían 11 mil cabezas de ganado por día. Los trabajadores eran italianos, españoles, eslovenos, búlgaros, rusos, griegos, croatas, turcos, lituanos, ingleses y de otros países europeos. “A los rusos, por lo general, los mandaban a trabajar en las cámaras frigoríficas, porque tenían mucho aguante. Ellos venían al bar de los turcos y se tomaban de un trago la grapa Mariposa, que era alcohol puro. Como para ellos era algo floja, le daban un sacudón con pimienta y se las mandaban. Eso les permitía aguantarse los diez grados bajo cero de las cámaras”, recuerda Cantón sin que su cara pierda el asombro del primer día que vio a los rusos empinar el codo.
Por el barrio circulaban dos líneas de tranvías, la 2 y la 14, que hoy son las líneas de colectivos 202 y 214. “A la mañana y a la tarde, venían y salían llenas de obreros”, recuerda una anciana que evita dar su nombre. Además de la población estable de seis o siete mil personas, más las decenas de miles de trabajadores de los dos frigoríficos, a la calle Nueva York venía gente de todos lados. La noche era movida, por los bailes, el bullicio constante de las cantinas al estilo de La Boca y algunos negocios fuera de la ley, que también los había. El cabaret La Cambicha tenía 27 pupilas en muy buena forma, porque la libreta sanitaria era, eso sí, obligatoria.
Palocho recuerda que vio llegar “coches lujosos de otros lados”, en algunos casos “con jóvenes discapacitados que venían a ‘debutar’ acá”. Al lado del cabarute había un local de juego clandestino, donde los dados y el poker hacían furor. Al dueño lo llamaban “El Sastre”, pero nadie sabía si alguna vez había confeccionado un buen traje con chaleco. “Hay gente que niega esas historias. Mi mamá se llama Ana Peterka, tiene 92 años y es eslovena. Ella sigue diciendo que nunca hubo lugares de juego o cosas feas como un cabaret”, comenta risueña Alicia Subiaga.
Los lugares clandestinos funcionaban en el final de la calle Nueva York, en lo que se denominaba la Zona Nacional, porque su custodia estaba a cargo de la Prefectura Naval. En esa zona, la policía provincial no podía intervenir y todo era más fácil. “Una vez entré en un boliche donde había billares y me llamó la atención ver una mesa de juego llena, totalmente llena de billetes. En esos años, la plata circulaba por Nueva York, que era una ciudad viviente”, repite Palocho. Otro personaje del juego clandestino era “El Turco del pajarito”, que pasaba por el barrio haciendo ruido con una flauta que sonaba como un canario. “El tipo jamás anotaba nada; lo guardaba en la cabeza. Una sola vez lo agarraron con un papel que estaba metido dentro del pajarito, precisamente”, dice Palocho. Y en cada quincena, la Nueva York se llenaba de vendedores ambulantes. Algunos atraían al público colgándose al cuello alguna víbora o un monito.
En el barrio se mantiene firme el arco de entrada a la Mansión Obrera construida en 1920, un conventillo donde los trabajadores de los frigoríficos dormían unas pocas horas para después volver al trabajo; el Hogar Social, una de las primeras obras del primer gobierno peronista; y el único hotel, al que todos llaman Johnny, aunque el nombre no figura en la fachada. Brahim Derruish recuerda que con su padre, que se llamaba Salim, solían vender ovejas por la calle. “Nos íbamos a Tolosa y comprábamos unas 200 ovejas. Cuando llegábamos a Nueva York, nos quedaban unas 30. Pasábamos días fuera de la casa, dormíamos en cualquier lado, junto con las ovejas”. Brahim, como casi todos, trabajó en los dos frigoríficos y después se embarcó en los buques de YPF. Aunque no lo dice, su dolor debe haber sido que lo echaron dos veces de YPF, la última en forma definitiva. Los despidos fueron durante el menemismo, pero eso no aplacó su peronismo visceral, ese que nació en la madrugada del 17 de octubre de 1945.
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